domingo, 14 de junio de 2009

Ya no siento nada. Ni frío ni calor. Ni alegría ni pena. Ni siquiera aquel dolor en el pecho que tanto me asfixiaba. Veo sin ver y nada tiene sentido, floto como un espectro entre gente sin rostro y palabras sin sentido. Compruebo que mi corazón late y veo que estoy viva aunque a veces ni esos latidos me convencen. La muerte no puede ser muy distinta de esto. Mi valor es el de los cobardes, el de aquellos sin valor para afrontar un día más esperando salir el sol. Así que me dejo llevar, como la hoja de un árbol rendida al viento. De nuevo floto entre la gente, escucho sus palabras sin sentido y sus caras siguen sin serlo. El viento ya no me lleva y caigo. Siempre estuve muerta, siempre. Pero no me di cuenta hasta que toqué el suelo.

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