miércoles, 10 de noviembre de 2010

Se encarama a la ventana, el aire agita su cabello de fuego, sus ojos color miel se derriten, derramándose por sus pálidas mejillas. Sus labios rosados tiemblan, vuelan los besos nunca dados y las mariposas de su estómago luchan por salir, por huir de su prisión de carne y hueso, sabiendo que se aproxima el final.

Y piensa en él, su apoyo, su todo, su nada, aquel al que tanto daño hizo, aquel que estuvo y ya no está, aquel que no estará más. Y un intento de sonrisa aparece fugazmente en su cara, una mueca de espanto, ironía y desencanto, el mundo se ha roto, el mundo que él había creado para ella.

El mundo se detiene, sólo existe ella, ella y ese cielo azul, ella y el gris asfalto que se extiende allá donde se posa su mirada, serpenteando entre edificios, coches y pulmones. Y da un paso, y vuelve el movimiento, y las mariposas se escapan por su garganta, y no queda una gota de sus ojos... y su último pensamiento es para él, el contador de cuentos, el inventor de cuentos ya creados, él.

No hay un estallido, sólo un golpe sordo, y el mundo sigue, impasible, esperando que otro cuerpo toque el suelo, otros pulmones que apenas pueden coger aire y que deciden abandonarse. Otro sacrificio de la humanidad.

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