miércoles, 9 de febrero de 2011

La oscuridad se cierne sobre ti, no puedes esconderte, no puedes huir, no puedes luchar... sólo observar. Observar como devora tus entrañas y como estas son sustituidas por sucedáneos de origen dudoso.

De entre tus labios irónicamente resecos escapan suspiros, escapa el aire de tus pulmones, pulmones inundados de miedo y melancolía. Miedo a morir, no, miedo a la forma de morir, en soledad. Melancolía por los tiempos pasados, tiempos compartidos y, al fin y al cabo, vividos.

La presión aumenta, el frío y la humedad son parte de ti, y te das cuenta de que tus zapatos de piel se han echado a perder, y estúpidamente te arrepientes de no haberlos dejado sobre la cubierta del barco.

Y las lágrimas se pierden en el azul, como tu último pensamiento, para ella, la única, la de cuerpo de ébano y cabellos de hierro, tu pequeña, tu guitarra.

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